Los finales son una ilusión, fruto de la ceguera de las identidades
REFLEXIÓN SEMANAL 27/12-31/12/2017
En julio de 2011 vi un
pequeño vídeo recién filmado, entonces, en Edimburgo en el que un
biólogo se jactaba de conseguir dar vida a un trozo de materia bajo
el prisma de un microscopio que, según él, estaba muerta (LeeCronin: Haciendo que la materia cobre vida). La verdad es que me
pareció un juego de espejos de niños. Es como señalar un punto en
un círculo y afirmar que ese es el final de ese círculo, y a
continuación levantar de nuevo el dedo sobre la línea del círculo
para volver a afirmar que se ha conseguido volver a dar continuidad a
ese círculo cerrado en sí mismo.
¿Cómo podemos afirmar
que algo está muerto en un punto de su proceso de evolución y
transformación, en un universo infinitamente vivo que se encuentra
en un continuo fluir de un eterno cambio de si mismo? A caso, ¿no
nos enseñaron ya de pequeños la máxima elemental que la energía
ni se crea ni se destruye, sólo se transforma? ¿No somos nosotros
parte de esa energía? Sin hablar ya de la conciencia que forma parte
de cada una de las partículas de energía del universo, donde se
incluyen las células que conforman toda la materia orgánica, como
ya sabían los antiguos y recientemente redescubren los científicos
cuánticos.
Este pequeño escenario
nos permite extraer dos aprendizajes:
1) Por un lado, que el
fin de las cosas es una ilusión humana, ya que siempre, siempre,
forman parte de un proceso de transformación de la naturaleza que
observamos. A veces más superficial, a veces más profunda o
alquímica.
(Me gusta recordar que
los egipcios no contaban en su vocabulario con la palabra muerte,
sino que en su lugar utilizaban el concepto de cambio y
transformación.)
2) Y, por otra parte, que
el identificarnos con sólo una parte del conocimiento de las cosas
nos produce ceguera, ya que no nos permite extraernos con la
suficiente distancia de lo observado para ver un poco más allá de
su estado puntual y concreto de evolución.
(Como las hormigas que no
pueden ver desde el suelo el conjunto de la hilera, y con ella el
otro lado de los múltiples obstáculos que se encuentran en el
camino)
En otras palabras, y
recogiendo un conocimiento práctico para la vida diaria, podríamos
decir que:
1) Debemos reeducarnos
para desdramatizar los finales de los ciclos en nuestra vida, ya que
siempre existe un después, al igual que a la noche le sigue el día.
Ello nos aporta serenidad de espíritu interior y un sentimiento de
mayor libertad, pues al desdramatizar nos desapegamos tanto de lo
físico como de lo emocional.
2) Así como debemos
desaprender de las identidades que dan sentido y falsa seguridad a
nuestras vidas, ya que son parcelarias y sectarias. Al liberarnos de
la dictadura de nuestras identidades culturales nos estamos liberando
de unas gafas que nos limitan la manera de ver y entender el mundo
(biólogos, banqueros, ingenieros, políticos, marketinianos, etc).
Para vivir e intuir la vastedad de la vida, y con ella su riqueza de
infinitas posibilidades, debemos abrir nuestra mente y nuestro
corazón a un espacio interior expuesto a los horizontes de los
cuatro puntos cardinales.
Así pues, amig@ mi@,
desdramatiza las ilusiones de los finales en tu vida y desaprende lo
aprendido para poder intuir la vastedad luminosa de la realidad de
las cosas, donde todo está interconectado con todo en un holograma
infinito de conciencia que es el universo. Y así, desdramatizando y
desaprendiendo, podremos volar!
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano
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