Nadie, el proceso por el que alguien se hace invisible
REFLEXIÓN SEMANAL 2/01-7/01/18
Se dice del vacío que es
aquel espacio donde la presión del aire es menor que la atmosférica,
y del silencio que es aquel espacio donde el nivel de sonido es menor
que el de su alrededor, asimismo podemos decir de Nadie que es
aquella persona cuya importancia es menor a la de los demás.
Pero,¿cómo se convierte alguien en Nadie?. Lo poco que sabemos es
que Nadie es el efecto directo de un proceso por el que alguien se
hace invisible socialmente. Un efecto que horroriza, generalmente, a
todo el mundo, y en el que quizás resida el impulso compulsivo de
exponernos continuamente en las redes sociales como antídoto -por
intuición- al terror de la invisibilidad.
Así pues, Nadie cuenta
con dos parámetros fundamentales, uno de manifestación, la
invisibilidad, y otro de referencia, la sociedad. Y ningún parámetro
de posición, pues al ser Nadie ante los demás no ocupa ningún
punto de coordenadas concreto en el espacio-tiempo de quien (no) le
observa.
Lo interesante es
percatarse que la invisibilidad de Nadie -que en otro momento de su
historia fue alguien- se fundamenta en que la sociedad no lo ve, y
ello nos lleva a afirmar que la visión de la sociedad, que en
definitiva somos todos quienes la conformamos, es selectiva. Pero,
¿selectiva en qué? Pues selectiva en aquello que es interesante, y
si es interesante, es importante en mayor o menor medida. De este
modo el axioma lógico nos permite deducir que el proceso de
invisibilidad de Nadie es directamente proporcional a su pérdida de
importancia social.
La pérdida progresiva de
importancia social que conduce a la invisibilidad de Nadie puede
darse de manera obligada por un proceso de marginalidad social -tan
común en tiempos de crisis económica y de valores sociales-, o
autoinducida conscientemente por una firme voluntad de desapego del
mundo material. La primera conduce a la persona, inevitablemente, a
un estado emocional de angustia ante la pérdida de un lugar en la
sociedad en el que se era alguien y al que se ansia recuperar,
mientras que la segunda conduce a un estado emocional de paz interior
propio de los ascetas (hoy en día mayoritariamente urbanos) más
cercanos a un sentir -que no tiene porque ser obligatoriamente de
ninguna escuela religiosa concreta- de corte espiritual. Pero sea
cual sea la actitud con la que cada cual afronta la invisibilidad,
ambas realidades personales son codificadas por la maquinaria
productiva de la sociedad como Nadie.
Entonces, si Nadie es
invisible ante el prisma selectivo de la sociedad, ¿quiere decir
esto que no existe? La respuesta, a todas luces, es que no. Pues al
igual que el vacío o el silencio existen como manifestaciones con
identidad propia dentro de la realidad pero en otra dimensión
perceptiva, lo mismo le sucede a Nadie. Ya que el vacío y el
silencio no son conceptos absolutos (pues entonces serían la Nada),
sino relativos en referencia a los observadores, y asimismo ocurre
con Nadie que es una identidad personal relativa dentro de los
parámetros de visibilidad de la sociedad. En otras palabras, Nadie
existe en la medida que es visible para aquel entorno afectivo o
relacional más próximo, que por su condición de Nadie suele ser un
entorno muy reducido, pero cuya relevancia es trascendental para
Nadie. Pues en este pequeño entorno se mantienen las constantes
mínimas de vida social, tal cual crisol de laboratorio para
reproducción de tejido celular básico, para que Nadie -si así es
su voluntad- pueda llegar a convertirse nuevamente en alguien con
identidad propia bajo los sensores de rastreo del escaner productivo
de la sociedad.
Sí, la reversibilidad de
la invisibilidad de Nadie en visibilidad como alguien es posible
mediante la obtención de un nivel de importancia social, por baja
que sea; al igual que el proceso inverso. Una decisión personal e
intransferible, donde solo el protagonista sabe de sus motivaciones
íntimas, que es propio del ámbito de la reflexión existencial de
quien soy y qué hago con mi vida. Sabedores que nadie puede vivir la
vida por nadie, y que toda decisión -si es tomada con plena
consciencia-, es válida aunque la maquinaria social lo registre como
fallo en el sistema.
El dolor es inevitable,
pero el sufrimiento es opcional,
siendo el apego la raíz
de todo sufrimiento.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano
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