La raíz de los males de toda relación radica en la mala salud emocional de las personas
REFLEXIÓN SEMANAL 9/04-15/04/18
Muchas veces, demasiadas,
me sorprendo de la facilidad que tenemos las personas por
complicarnos la vida, generando situaciones de tensiones e incluso
violencia que rompen la armonía en las relaciones entre padres e
hijos, entre parejas, entre familiares varios, entre amigos, entre
compañeros de trabajo o entre personas aparentemente desconocidas
entre sí, incluyendo las relaciones entre países. Y en todos lo
casos, sin excepción, podemos encontrar un patrón de conducta
común: la falta del buen juicio.
El buen juicio,
contrariamente, hace referencia a aquellos actos que las personas
llevamos a cabo de manera lógica, razonable, sensata y con cordura,
y que caracterizan nuestra toma de decisiones diarias por no ser
impulsivas, apresuradas, disparatadas o alocadas, lo cual requiere de
una buena salud emocional. Es decir, que el mal juicio, que nos lleva
a tomar malas decisiones que siempre acarrean algún tipo de
sufrimiento en diferente grado entre las partes implicadas, es un
efecto directo de la mala salud emocional de las personas (patologías
psiquiátricas, a parte).
Sí, lo cierto es que
vivimos en una sociedad donde la inmensa mayoría de las personas
sufren algún tipo de desequilibrio emocional (solo tenemos que mirar
a nuestro alrededor más inmediato). Pero la parte positiva es que la
buena salud emocional no es un rasgo genético, sino un hábito de
conducta que se adquiere mediante el aprendizaje de la gestión de
las emociones, que sin duda debe ir acompañado en la formación y
refuerzo de unos valores sociales positivos (Una potestad hoy en día
cedida a la televisión, aunque este es tema de otra reflexión).
¡Cuántos dolores de
cabeza y sufrimientos innecesarios nos evitaríamos si aprendiéramos
a gestionar nuestras emociones! Seguro que el mundo sería un lugar
mucho más armonioso. Para ello, en una sociedad compleja y en
continuo cambio y transformación como la actual, resulta imperante
la necesidad de incluir la materia de la gestión emocional en
nuestro sistema educativo desde las primeras edades de
escolarización, pues resulta tan trascendente para la calidad de
vida de cualquier persona como la habilidad de saber leer y escribir.
Gestionar adecuadamente
las emociones no es más que gestionar nuestro mundo emocional con
inteligencia, pues de ello depende cómo nos comportamos con nosotros
mismos y frente a la realidad más inmediata que nos relacionamos
(los otros), cuyo efecto directo determina nuestra vida (relación de
causa-efecto). Un asunto que, a todas luces, no es baladí. Y que el
conocimiento de la Inteligencia Emocional y el Desarrollo
Competencial ya desarrollan formalmente -en nuestra cultura de
tradición cartesiana- desde la segunda mitad del siglo pasado, por
lo que no se trata ni de diseñar una materia desde cero (para
descanso del colectivo docente), ni de adaptar conocimientos
milenarios orientales de control de la mente (para tranquilidad de
los antiespiritualistas), aunque en este punto ya existen cátedras
de mindfulness que beben de la filosofía budista.
La Inteligencia
Emocional, en definitiva, no es más (ni menos) que la capacidad que
tiene una persona de manejar, entender, seleccionar y controlar sus
emociones (he aquí el verdadero libre albedrío) y la de los demás
con eficiencia, generando así resultados positivos para su propia
vida y la de su entorno. Una habilidad que se puede aprender e
integrar como una capacidad más en nuestra vida diaria, facilitando
que la persona viva en un estado de buena salud emocional, lo que le
asegura la toma de decisiones en la cotidianidad de su vida a la luz
del buen juicio. Algo que todos, sin excepción, agradeceremos.
Frente a los estallidos
irracionales de sentimientos desbocados -todos ellos derivados de las
emociones primaras de la tristeza, la rabia y el miedo-, solo cabe la
reeducación emocional. Si ante la mala salud física ponemos
remedios para sanarnos, ¿cómo no vamos a hacer lo mismo ante la
mala salud emocional? Y más cuando nuestros sentimientos y emociones
determinan el 99´9% de las decisiones que tomamos en nuestro día a
día.
En un mundo donde se
exalta el culto a la mente (inteligencia) y al cuerpo (salud física),
es hora que socialicemos el culto a las emociones (salud emocional).
Pues si bien es cierto el refrán romano que reza mens sana in
corpore sano, no hay mente sana sin emociones sanas.
Mientras tanto, frente a contextos emocionalmente insalubres, no hay mejor receta que la higiene ambiental, es decir: cuánto más lejos, mejor.
Mientras tanto, frente a contextos emocionalmente insalubres, no hay mejor receta que la higiene ambiental, es decir: cuánto más lejos, mejor.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano
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