¿Qué es la consciencia?


Cuando nos referimos a la consciencia lo más fácil es describirla mediante su manifestación, es decir, relacionarla directamente con el conocimiento que tenemos de nosotros mismos en relación a lo que sentimos, pensamos y hacemos. Un proceso cognitivo lo más próximo a la idea que tenemos del Yo personal (en continua tensión con el Yo de los otros, aunque este es trigo de otro costal). Pero la verdadera dificultad radica en saber qué es la consciencia.

La consciencia podemos dividirla, en una rápida descomposición de pensamiento crítico y con respeto al resto de clasificaciones posibles, en tres estadios bien diferenciados: el Acto de la consciencia, el Contenido de la consciencia, y la Naturaleza de la consciencia.

El Acto de la consciencia forma parte del proceso mecanicista de la cognoscencia humana. El Contenido de la consciencia, por su parte, es la suma total de elementos abarcados por el proceso cognitivo de una persona en un momento dado, base de todo conocimiento humano (Por ello, a mayor conocimiento mayor consciencia y viceversa). Mientras que la Naturaleza de la consciencia es... ¡Ah, amigo! La respuesta no es tan simple. Pues justamente en la pregunta reside el quit filosófico de la cuestión.

La dificultad en el conocimiento de la Naturaleza de la consciencia se fundamenta en el hecho que ésta es una pregunta trascendental, por lo que si la Naturaleza de la conciencia trasciende a la propia naturaleza del ser humano, y no al revés, las posibles respuestas se vuelven a todas luces ya no indefinibles sino incognoscibles. Un postulado al que la neurociencia ortodoxa discrepa abiertamente, ya que considera que la consciencia es una característica exclusivamente humana y, por tanto, creación de nuestro cerebro. Un axioma de la ciencia contemporánea que niega toda existencia más allá de la materia, que se reduce al absurdo por si misma al confrontar irresolublemente dos elementos básicos de la ecuación de la consciencia: 1) capacidad de percibir y conocer la realidad, con 2) capacidad de compartir la consciencia de la realidad percibida, ya que si dos o más observadores conscientes son capaces de compartir una consciencia de comprensión común significa que dicha consciencia es aprehendida por los observadores, ergo la Naturaleza de la Consciencia observada es independiente a éstos.

Por tanto, la lógica – en éste caso de corte metafísico-, nos conduce a la deducción de que la naturaleza del ser humano forma parte de la Naturaleza de la consciencia, pues en ella residen ciertas formas o patrones de síntesis a priori que pertenecen a la estructura puramente formal de la comprensión humana, con independencia de la temporalidad del ser humano, como pueda ser la geometría, las matemáticas o los valores universales, por poner algunos ejemplos. Si no fuera así, no existiría continuidad ni homogeneidad en el conocimiento aprehendido consciente del ser humano, y cada nuevo miembro de nuestra especie nacería sin esos patrones nucleares apriorísticos (lo que Platón denominaba arquetipos) que alinean nuestra capacidad sensitivo-neuronal de conocer el mundo con la realidad del mundo mismo. En este sentido, la ciencia no es más que la búsqueda del conocimiento de la Naturaleza de la consciencia de la que formamos parte y a la que llamamos Universo, ya sea micro o macrocósmico.

No obstante, cabe apuntar asimismo que al formar parte el ser humano de la Naturaleza de la consciencia, ésta actúa y da forma y sentido a su vez a la realidad del Universo a través de nosotros mismos como especie consciente, aunque sea a pequeña escala. Por lo que podemos afirmar que el ser humano, dentro de nuestra incapacidad de conocer la Naturaleza última de la consciencia, ejercemos como instrumento de ésta (consciente e inconscientemente) para la plasticidad de la realidad del Universo en su estadio de Contenido de la consciencia. Tal y como pone de manifiesto el experimento de Young, más conocido como el experimento de la doble rejilla, precedente del principio de indeterminación de Heisenberg que afirma que no podemos determinar simultáneamente, en términos de física cuántica, la posición y movimiento (masa y velocidad) de una partícula. O, dicho con otras palabras, que la consciencia del observador determina la naturaleza de la cosa observada. Una máxima que toma especial significado con el posterior descubrimiento de Masaru Emoto en las evidencias del determinismo de la consciencia humana sobre la estructura molecular del agua.

Así pues, a modo de conclusión, frente a la pregunta de qué es la consciencia como naturaleza última e independiente al ser humano, debemos concluir que es aquella inteligencia trascendental que da forma y contenido al Universo percibido, de la que emana todas las grandes fuerzas conocidas y por conocer de la física multidimensional, que fluye a través de la energía manifestada de la que forma parte nuestra especie, y que es la base apriorística de todo el conocimiento humano.


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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano

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