Sin Justicia ni Universal ni Social, solo queda tu tenacidad personal
REFLEXIÓN SEMANAL 04-10/06/18
Cuando hablamos de valores universales, incluimos la Justicia como un ideal supremo y abstracto de lo justo, pero lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos un concepto particular y concreto de lo que es justo según nuestro determinismo cultural y nuestra propia experiencia de vida personal. Es por ello que aquello que es justo para unos, para otros no lo es, y sobre dichas creencias -sean en uno u otro sentido- reafirmamos nuestra identidad con nosotros mismos y en relación al resto del mundo con el que convivimos. Un debate de rabiosa actualidad social en los tiempos de crisis económica que vivimos, siendo a su vez tan antiguo como la propia humanidad.
Cuando hablamos de valores universales, incluimos la Justicia como un ideal supremo y abstracto de lo justo, pero lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos un concepto particular y concreto de lo que es justo según nuestro determinismo cultural y nuestra propia experiencia de vida personal. Es por ello que aquello que es justo para unos, para otros no lo es, y sobre dichas creencias -sean en uno u otro sentido- reafirmamos nuestra identidad con nosotros mismos y en relación al resto del mundo con el que convivimos. Un debate de rabiosa actualidad social en los tiempos de crisis económica que vivimos, siendo a su vez tan antiguo como la propia humanidad.
Está claro que nuestro
concepto romántico de la Justicia como valor supremo nos viene
determinado por la filosofía platónica, y más particularmente
-aunque menos conocido- por su obra la República donde
Sócrates, como personaje narrativo, conceptualiza la Justicia como
una armonía social ya en la antigua Grecia, donde los gobernantes
deben ser lo más sabios y justos posibles. Si bien nuestro concepto
social de la Justicia, como conjunto de pautas y criterios que
establecen un marco adecuado de convivencia entre personas e
instituciones (pautas que crean nuestros políticos en los
parlamentos como poder legislativo en forma de leyes), nos viene
determinado por el Derecho Romano, y más particularmente por el
jurista romano Ulpiano, quien definía la Justicia como la constante
y perpetua voluntad de darle a cada cual lo que le corresponde.
Y, ¿qué es aquello que
nos corresponde a cada uno?, podríamos preguntarnos como ciudadanos
de a pié. Una pregunta que si bien Aristóteles ya resolvió como
aquello que cada ciudadano se merece en proporción a su contribución
a la sociedad, a sus necesidades y a sus méritos personales
(Justicia como igualdad proporcional), todavía sigue sin estar claro
más de 2.300 años más tarde. Por no estar claro, no está claro ni
en nuestra Constitución, de cuyo principio fundamental de Igualdad
para todos aún se debate si debe entenderse como igualdad material o
igualdad de oportunidades. Y si no que se lo pregunten a un autónomo,
a un parado de larga duración con familia a su cargo sin derecho a
subsidio, o a un empresario del IBEX-35. Diferentes maneras de
entender lo que le corresponde a cada cual, ya sea a nivel individual
o colectivo, que marca las diferencias ideológicas entre partidos
políticos, que son al final quienes redefinen y actualizan
constantemente el concepto de Justicia.
Una Justicia de
correspondencia proporcional directamente relacionada al esfuerzo
individual de cada persona que tiene cabida en un marco capitalista
de libre mercado en expansión (modelo norteamericano), complementado
y equilibrado por los derechos sociales garantizados en un Estado del
Bienestar Social (modelo europeo); pero que se rompe en períodos de
recesión o de estancamiento económico y de desmantelamiento de los
preceptos sociales, como está sucediendo en España hasta la fecha
con casi ya una década a nuestras espaldas de crisis económica
(tiempo suficiente para consumir los ahorros familiares de las clases
populares y medias reservados para improvistos o tiempos difíciles).
Pues la Justicia como
igualdad proporcional se basa en la recompensa de la cultura del
esfuerzo (quid pro quo), pero ¿qué sucede cuando una persona, aun
esforzándose en su día a día por mejorar, no alcanza a disfrutar
de una vida digna? Y si no que se lo digan a los jóvenes recién
licenciados -con posgrados o masters incluídos- que no pueden
independizarse de casa de sus padres, a los trabajadores -ya sean
asalariados o libres profesionales- que no son ni mileuristas (lo
cual no les alcanza ni para pagar el alquiler de un piso barato), o a
los trabajadores altamente cualificados mayores de 40 años que no
pueden reincorporarse al mercado laboral (aún estando en plenas
facultades profesionales, con importantes cargas familiares a las que
responder, y quedándoles al menos 40 años más de esperanza de
vida). Para todas estas personas, donde no hay correspondencia
efectiva y práctica entre esfuerzo y recompensa en sus vidas
diarias, la Justicia social no existe. Y, por ende, tampoco existe la
Justicia como valor universal.
Así pues, si no hay
Justicia Universal -concepciones teológicas a parte-, ni tampoco hay
Justicia Social, ¿qué hacemos?. La respuesta tan solo tiene tres
opciones posibles:
I.-Resignarse, lo que
conlleva la rendición frente ya no a una vida mejor, sino incluso a
una vida digna. (Otra opción válida es abrazar la vida monacal)
II.-Movilizarse
Socialmente, lo que conlleva una firme voluntad de coordinación y
correlación de fuerzas colectivas en una dirección cuyos resultados
suelen ser a largo plazo, por no decir a generaciones vista. (Y si no
que se lo pregunten a los llamados partidos políticos nuevos)
o, III.-Movilizarse
Personalmente, lo que conlleva optimizar (por enésima vez, si es
necesario) nuestras fuerzas, habilidades y aptitudes a corto y medio
plazo, o lo que es lo mismo: potenciar nuestro activo humano desde un
punto de vista de Desarrollo Competencial. En otras palabras: si la
Justicia social no te alcanza, conquista tu propia Justicia personal
dentro de la sociedad, (eso sí, de manera ordenada y sin
altercados). Pues, al final, nadie va a vivir la vida por ti.
Con independencia que una
persona esté comprometida o no en un cambio generacional del
concepto de Justicia Social propio de las movilizaciones sociales, lo
cierto es que como la vida es tiempo, y el tiempo apremia por ser
caduco para nuestras efímeras existencias, personalmente considero
la tercera opción de Movilizarse Personalmente como la solución más
inteligente y práctica para nuestras vidas humanas, profundamente
humanas (como diría Nietzsche).
Llegados a este punto, la
pregunta del millón no puede ser otra que la que reza: ¿cómo puedo
alcanzar la Justicia Social de manera práctica en mi vida a través
de la Movilización Personal, que me garantice una vida digna y -si
puede ser- próspera? La respuesta, si bien es propia para
desarrollar en un libro o en un curso, puede resolverse de manera
inicial y aproximada mediante una de las múltiples formulaciones en
materia de Desarrollo Competencial que se postulan en el Tratado de
Habilidología: Conoce la Fórmula de Gestión para Mejorar, cuyos
compuestos alquímicos claves para alcanzar la Justicia Personal se
basan en la gestión del fracaso, la gestión del conocimiento y la
gestión de la reinvención.
Así que, amig@s, ante la ausencia de una Justicia Universal o Social -para decepción de muchos-, y ante la incapacidad de la Política por resolver las necesidades urgentes de sus conciudadanos socialmente más débiles, solo queda la tenacidad personal.
Est victoria in perseverant / La victoria es de los perseverantes.
Fiat Lux!
Tarraco Scipionum Opus, a
27 de junio de 2016
(Reflexión del día
después de las segundas elecciones generales en España).
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano
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